martes, 24 de noviembre de 2020

 

LA FALACIA DE LA NEUTRALIDAD DOCENTE

He escuchado y me han contado que no pocos docentes avalan la idea de no hablar de política en sus clases, en las aulas. Y una comprobación de este ideario ha sido por estos días las declaraciones de la ministra de Educación porteña Soledad Acuña.

Como docente con casi 28 años de antigüedad, siempre frente al curso, y como formador de docentes desde hace 13 años, confieso que siempre he inculcado a mis alumnos ideas políticas, si se quiere muy impactantes y muy comprometedoras: He inculcado a mis alumnos el compromiso con los Derechos Humanos, con la vida, con la independencia de pensamiento, a no dejarse influir por nadie; a defender lo que piensan a “capa y espada”, a reaccionar ante la injusticia, ante la opresión de todo tipo, ante la desidia, ante el maltrato y la desigualdad.

Soy Profesor de Historia y de Literatura, y eso implica, si es que realmente tomamos al área con respeto y con pasión, salirse repetidas veces del camino trazado por lo “educativamente correcto”, siempre en pos de resultados que impacten en el alumno y en los que nos escuchan, y no en la concepción tranquila de quien ordena desde arriba (llámese gobiernos de turno). En otras épocas los docentes de humanidades y sociales hubiéramos sido “carne de cañón”, pero considero que esos tiempos han pasado y que vivimos en democracia, aunque esta se muestre un poco desnutrida y deshidratada. Esperemos que algunas voces actuales sean solo eso.

Pero volviendo al título de este artículo, diré que siempre, siempre, he inculcado a mis alumnos a que dejen esa posición de neutralidad ante un tema candente, actual, donde podemos ejercer nuestro juicio crítico, donde siempre es necesario expresarnos y no escudarnos en la clásica frase “de eso yo no opino”. La neutralidad anula el pensamiento, más allá de que lo tengamos, omite una verdad y al omitirla pierde su fuerza, es decir su razón de ser. Es nada.

Vivimos en tiempos de grietas donde una porción de la sociedad ha instalado la idea de que ciertos términos son malas palabras: “populismo”, “adoctrinar”, “bajada de linea”, “ideologizar”, “comunista”, “socialista”, “zurdo” o “de izquierda” están en el ideario despectivo de sus conciencias nunca limpias, de sus oscuros pasados y de su pobre presente. Lo despectivo del termino lo da la animosidad, su prejuicio y la estrechez intelectual de quien lo emite.

Confieso que toda mi vida de docente he enseñado de una sola manera, porque así me lo han enseñado excelentes docentes que están por siempre en mi recuerdo: Rosa Gramajo, Gladys Kikura. José “Pepe” Nieva, Luis Luna, Osvaldo Díaz, Pedro Egea, la “Gorda” Raffín, Orlando Van Bredam, Mempo y varios colegas más que, diferencias ideológicas aparte, dejaban bien presente el respeto al alumno, a la vida, a la libertad de pensamiento y debíamos ser los garantes del derecho a la educación. Siempre he profesado la limpieza de pensamiento, aun si estos suenan agrios y oscuros para muchos.

Por todo esto no temo decir que he adoctrinado en el cooperativismo, la mejor manera sino la única, de soñar con una escuela más inclusiva, más igualitaria y más colectiva, donde uno se realice en conjunción con el otro. Los he convencido para que estudien, para que sus familias, muchas veces semianalfabetas, puedan integrarse a la sociedad de la educación; que busquen respuestas a los obstáculos que van a encontrar que, si caen, se levanten y sigan, porque una rodilla con cicatrices es señal de que lo intentaron. Que no se quejen porque sus estudiantes no aprenden, que lo lean como un desafío, como un escollo a sortear. Sean obstinados, enseñar es el trabajo de un docente, y el trabajo nunca se abandona.

Confieso que he adoctrinado a mis alumnos para que sean cuestionadores, obstinados y que, si se tienen que equivocar, eso no es la muerte; así se aprende. Nadie nació sabiendo ni llegó a la docencia haciendo hoyo en uno. Los he adoctrinado para que sean críticos y autocríticos, a no quedarse callados.

Le he dicho que un estado solo cumple su mandato cuando incluye a todos. Adoctrino. Cuando falla en esto sea “Juan” o “Pirulo”, debemos caerle con las de la ley, sin claudicar ante favoritismos ni partidismos.

Les digo y les seguiré diciendo a mis alumnos que discutan y argumenten cuando alguien quiere justificar la desigualdad, la intolerancia, la violencia o la discriminación, porque estas miserias humanas se reproducen muchas veces por nuestras omisiones, por nuestros silencios.

Todos los docentes sabemos que es imposible enseñar, educar, sin una visión determinada del mundo, sin un modelo como opción civil, por esto es que EDUCAR SIEMPRE SERÁ UN ACTO POLÍTICO. Y tengamos presente que esa visión del mundo se expresa por lo que enseñamos y también por lo que callamos, por lo que cuestionamos o por lo que dejamos pasar.

Muchos podrán decir contrargumentando: “pero una cosa es enseñar, otra adoctrinar”. Quienes esgrimen estas ideas son aquellos dinosaurios que se quedaron con la máquina del tiempo descompuesta y le temen horrorosamente a lo nuevo, a lo diferente. Prefieren caminar seguros por la senda de lo educativamente correcto antes de ser mirados como “sapo de otro pozo”. En realidad, estos cuestionan a aquellos que desafían la visión preestablecida por el poder de turno, por el poder hegemónico, aquel que dice que es lo verdadero y que no. He llegado a entender que somos adoctrinadores solo porque interpelamos al “status Quo” y porque generalmente somos gente con ideas diferentes, de izquierda, “Zurdos” como algunos nos llaman. Hay que denunciarlos.

Ante lo dicho también es justo aclarar que, por más que hablemos de igualdad ante el alumno, siempre existirá una asimetría de poder que nos pone en un lugar de ejercer nuestra responsabilidad y equilibrio. Más allá de nuestras parcialidades y subjetividades, que evidentemente son políticas, debemos ser capaces de mostrar la transparencia de nuestras ideas y argumentarlas desde lo razonable, lo lógico y lo discutible. Debemos promover la capacidad de escuchar al otro, del que piensa distinto, sin demonizarlo, y principalmente aceptar siempre la posibilidad de estar equivocado o ignorar ciertas cosas.

Un docente debe enseñar a vivir siempre en democracia, más allá de sus creencias, porque es la forma de gobierno que hemos acordado. Construir una sociedad democrática nos enfrenta a la constante pluralidad de ideas y cosmovisiones, de modelos políticos y económicos diferentes, donde no debe existir espacio para los controles y censuras de ningún tipo. Nunca podremos construir una Sociedad desde la neutralidad, desde el silencio, desde la “Obediencia debida” o desde donde el olvido del pasado sea la norma. Un verdadero docente no debe tenerlo como opción.

He llegado a esta etapa de mi docencia tratando de evadir, en lo posible, el uso de corbatas. He optado por usar una barba que muchas veces me jugó en contra. He disfrazado mi poca altura y otros defectos leyendo, preparándome, por respeto a mis alumnos. Trabajé en varios niveles educativos y en muchos lugares de la provincia. Anduve en bicicleta, motocicleta y en automóvil. No me hace ni mejor ni peor, solo con más experiencia que otros. Pero ese acervo, siempre fue digno, subjetivo, a veces parcial, con la claridad de la pasión, con la seguridad de quien cree en lo que piensa y enseña. Sin miedos, sin egoísmo, sin neutralidades, siempre de un lado. Por qué es lo único que tendremos, cuando ya viejo y jubilado, nos sentemos a fatigar las tardes, perdidos en los recuerdos del docente que “fui” o del que “quise ser”.

                                                 Fabián mancilla, 24 noviembre 2020