LA FALACIA DE LA NEUTRALIDAD DOCENTE
He escuchado y me han contado que no
pocos docentes avalan la idea de no hablar de política en sus clases, en las
aulas. Y una comprobación de este ideario ha sido por estos días las
declaraciones de la ministra de Educación porteña Soledad Acuña.
Como docente con casi 28 años de
antigüedad, siempre frente al curso, y como formador de docentes desde hace 13
años, confieso que siempre he inculcado a mis alumnos ideas políticas, si se
quiere muy impactantes y muy comprometedoras: He inculcado a mis alumnos el
compromiso con los Derechos Humanos, con la vida, con la independencia de
pensamiento, a no dejarse influir por nadie; a defender lo que piensan a “capa
y espada”, a reaccionar ante la injusticia, ante la opresión de todo tipo, ante
la desidia, ante el maltrato y la desigualdad.
Soy Profesor de Historia y de
Literatura, y eso implica, si es que realmente tomamos al área con respeto y
con pasión, salirse repetidas veces del camino trazado por lo “educativamente
correcto”, siempre en pos de resultados que impacten en el alumno y en los que
nos escuchan, y no en la concepción tranquila de quien ordena desde arriba
(llámese gobiernos de turno). En otras épocas los docentes de humanidades y
sociales hubiéramos sido “carne de cañón”, pero considero que esos tiempos han
pasado y que vivimos en democracia, aunque esta se muestre un poco desnutrida y
deshidratada. Esperemos que algunas voces actuales sean solo eso.
Pero volviendo al título de este
artículo, diré que siempre, siempre, he inculcado a mis alumnos a que dejen esa
posición de neutralidad ante un tema candente, actual, donde podemos ejercer
nuestro juicio crítico, donde siempre es necesario expresarnos y no escudarnos
en la clásica frase “de eso yo no opino”. La neutralidad anula el pensamiento,
más allá de que lo tengamos, omite una verdad y al omitirla pierde su fuerza,
es decir su razón de ser. Es nada.
Vivimos en tiempos de grietas donde una
porción de la sociedad ha instalado la idea de que ciertos términos son malas
palabras: “populismo”, “adoctrinar”, “bajada de linea”, “ideologizar”,
“comunista”, “socialista”, “zurdo” o “de izquierda” están en el ideario
despectivo de sus conciencias nunca limpias, de sus oscuros pasados y de su
pobre presente. Lo despectivo del termino lo da la animosidad, su prejuicio y
la estrechez intelectual de quien lo emite.
Confieso que toda mi vida de docente he
enseñado de una sola manera, porque así me lo han enseñado excelentes docentes
que están por siempre en mi recuerdo: Rosa Gramajo, Gladys Kikura. José “Pepe”
Nieva, Luis Luna, Osvaldo Díaz, Pedro Egea, la “Gorda” Raffín, Orlando Van
Bredam, Mempo y varios colegas más que, diferencias ideológicas aparte,
dejaban bien presente el respeto al alumno, a la vida, a la libertad de
pensamiento y debíamos ser los garantes del derecho a la educación. Siempre he
profesado la limpieza de pensamiento, aun si estos suenan agrios y oscuros para
muchos.
Por todo esto no temo decir que he
adoctrinado en el cooperativismo, la mejor manera sino la única, de
soñar con una escuela más inclusiva, más igualitaria y más colectiva, donde uno
se realice en conjunción con el otro. Los he convencido para que estudien,
para que sus familias, muchas veces semianalfabetas, puedan integrarse a la
sociedad de la educación; que busquen respuestas a los obstáculos que van a
encontrar que, si caen, se levanten y sigan, porque una rodilla con cicatrices
es señal de que lo intentaron. Que no se quejen porque sus estudiantes no
aprenden, que lo lean como un desafío, como un escollo a sortear. Sean
obstinados, enseñar es el trabajo de un docente, y el trabajo nunca se abandona.
Confieso que he adoctrinado a mis alumnos para que sean
cuestionadores, obstinados y que, si se tienen que equivocar, eso no es la
muerte; así se aprende. Nadie nació sabiendo ni llegó a la docencia haciendo
hoyo en uno. Los he adoctrinado para que sean críticos y autocríticos, a no
quedarse callados.
Le he dicho que un estado solo cumple su
mandato cuando incluye a todos. Adoctrino.
Cuando falla en esto sea “Juan” o “Pirulo”, debemos caerle con las de la ley,
sin claudicar ante favoritismos ni partidismos.
Les digo y les seguiré diciendo a mis alumnos que discutan y argumenten
cuando alguien quiere justificar la desigualdad, la intolerancia, la violencia
o la discriminación, porque estas miserias humanas se reproducen muchas veces
por nuestras omisiones, por nuestros silencios.
Todos los docentes sabemos que es
imposible enseñar, educar, sin una visión determinada del mundo, sin un modelo
como opción civil, por esto es que EDUCAR SIEMPRE SERÁ UN ACTO POLÍTICO. Y
tengamos presente que esa visión del mundo se expresa por lo que enseñamos y
también por lo que callamos, por lo que cuestionamos o por lo que dejamos
pasar.
Muchos podrán decir contrargumentando: “pero una cosa es enseñar, otra adoctrinar”.
Quienes esgrimen estas ideas son aquellos dinosaurios que se quedaron con la
máquina del tiempo descompuesta y le temen horrorosamente a lo nuevo, a lo
diferente. Prefieren caminar seguros por la senda de lo educativamente correcto
antes de ser mirados como “sapo de otro pozo”. En realidad, estos cuestionan a
aquellos que desafían la visión preestablecida por el poder de turno, por el
poder hegemónico, aquel que dice que es lo verdadero y que no. He llegado a
entender que somos adoctrinadores solo porque interpelamos al “status Quo” y porque
generalmente somos gente con ideas diferentes, de izquierda, “Zurdos” como
algunos nos llaman. Hay que denunciarlos.
Ante lo dicho también es justo aclarar
que, por más que hablemos de igualdad ante el alumno, siempre existirá una
asimetría de poder que nos pone en un lugar de ejercer nuestra responsabilidad
y equilibrio. Más allá de nuestras parcialidades y subjetividades, que evidentemente
son políticas, debemos ser capaces de mostrar la transparencia de nuestras
ideas y argumentarlas desde lo razonable, lo lógico y lo discutible. Debemos
promover la capacidad de escuchar al otro, del que piensa distinto, sin
demonizarlo, y principalmente aceptar siempre la posibilidad de estar
equivocado o ignorar ciertas cosas.
Un docente debe enseñar a vivir siempre
en democracia, más allá de sus creencias, porque es la forma de gobierno que
hemos acordado. Construir una sociedad democrática nos enfrenta a la constante
pluralidad de ideas y cosmovisiones, de modelos políticos y económicos
diferentes, donde no debe existir espacio para los controles y censuras de
ningún tipo. Nunca podremos construir una Sociedad desde la neutralidad, desde
el silencio, desde la “Obediencia debida” o desde donde el olvido del pasado
sea la norma. Un verdadero docente no debe tenerlo como opción.
He llegado a esta etapa de mi docencia
tratando de evadir, en lo posible, el uso de corbatas. He optado por usar una
barba que muchas veces me jugó en contra. He disfrazado mi poca altura y otros
defectos leyendo, preparándome, por respeto a mis alumnos. Trabajé en varios
niveles educativos y en muchos lugares de la provincia. Anduve en bicicleta,
motocicleta y en automóvil. No me hace ni mejor ni peor, solo con más
experiencia que otros. Pero ese acervo, siempre fue digno, subjetivo, a veces
parcial, con la claridad de la pasión, con la seguridad de quien cree en lo que
piensa y enseña. Sin miedos, sin egoísmo, sin neutralidades, siempre de un
lado. Por qué es lo único que tendremos, cuando ya viejo y jubilado, nos
sentemos a fatigar las tardes, perdidos en los recuerdos del docente que “fui”
o del que “quise ser”.
Fabián mancilla, 24 noviembre 2020